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Muchas personas caminan por la vida como sombras de sí mismas, atrapadas en la rutina, en la ansiedad por el futuro, en la culpa por el pasado. Se despiertan cada mañana, cumplen con sus responsabilidades, interactúan con los demás… pero en el fondo, se sienten vacías.
No se permiten disfrutar, no se entregan al presente. Viven con la constante sensación de que algo falta, de que la felicidad llegará cuando logren cierto objetivo, cuando todo esté en orden, cuando dejen de preocuparse… spoiler alert: ese momento nunca llega.
Están vivas, pero se sienten muertas.
El problema de posponer la vida
Nos han enseñado que la vida es un camino con metas claras: estudiar, trabajar, formar una familia, ahorrar para el futuro. Nos dicen que la felicidad llegará cuando logremos estabilidad, cuando todo esté “en su lugar”.
Pero lo que nunca nos dijeron es que si pasamos la vida esperando, un día nos daremos cuenta de que se nos fue sin haberla vivido realmente.
La angustia constante por lo que vendrá nos desconecta de lo único que realmente existe: el presente. Nos preocupamos por problemas que aún no han sucedido, por escenarios que quizá nunca ocurran. Y en esa obsesión por lo que vendrá, nos olvidamos de mirar alrededor, de sentir, de disfrutar lo que tenemos ahora.
«El futuro siempre está ahí, inalcanzable, proyectado en nuestra mente. Pero el presente es lo único real. Y cada día que pasa sin que lo vivamos plenamente, es un día perdido».
Las personas que viven en modo automático rara vez se preguntan si realmente están disfrutando su vida. Se levantan cada día con el peso de las preocupaciones, de las expectativas externas, de la sensación de que todo es una obligación.
Se olvidan de la emoción de lo inesperado, de la belleza de lo simple, del placer de una conversación sin prisa, de la magia de una risa espontánea. Se acostumbran a la rutina, a la productividad sin pausa, a la sensación de que deben hacer más y más antes de merecer un descanso.
Y cuando el tiempo pasa, se dan cuenta de que no vivieron, solo existieron.
El asunto es que el miedo al futuro es una de las principales razones por las que muchas personas dejan de vivir. La incertidumbre aterra, porque nos hace sentir fuera de control. Queremos garantías, seguridades, certezas. Pero la vida no funciona así.
No podemos controlar el futuro. No podemos evitar cada posible problema. Y el intento de hacerlo nos llena de ansiedad, de preocupaciones que nos roban la paz.
Vivir con miedo es perder la oportunidad de disfrutar lo que sí está en nuestras manos. Es evitar riesgos por temor a fracasar, es no amar por miedo a ser heridos, es no tomar decisiones por miedo a equivocarnos.
«Pero lo irónico es que el mayor riesgo es no vivir».
Volver a sentir, volver a vivir
La vida no está en el pasado ni en el futuro. Está aquí, en este momento.
Está en los pequeños placeres de cada día. En la conversación con alguien querido, en el café de la mañana, en el sonido del viento, en la piel erizada por una canción. Está en la risa, en el arte, en la naturaleza. En cada instante en el que dejamos de preocuparnos y simplemente somos.
Para volver a vivir, hay que aprender a habitar el presente. Hay que soltarnos del miedo, confiar en que el futuro se irá resolviendo y permitirnos disfrutar lo que sí tenemos hoy.
No hay que esperar a que todo sea perfecto. No hay que postergar la felicidad hasta que “todo esté bien”. La vida es ahora. Y cuanto antes lo entendamos, antes dejaremos de existir para empezar a vivir.
Si sientes que vives a través del miedo al futuro y quieres empezar a vivir realmente… estoy aquí para ti. ¡Hablemos!
Tu amiga,
Maddalena Armenise
@soylenapsico
+39 350 035 1163