
La abuelita de Caperucita Roja o la sabiduría en peligro
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Ambos representan algo más que simples elementos narrativos; son símbolos que nos hablan de la vida misma, de sus desafíos y de las fuerzas que pueden rescatarnos cuando parece que hemos perdido el rumbo.
El bosque: el territorio de lo desconocido
El bosque, en los cuentos, suele ser el lugar donde todo puede ocurrir. Es el espacio de la incertidumbre, de los miedos, de lo inesperado. Para Caperucita, cruzar el bosque implica atravesar un territorio lleno de posibilidades y también de peligros.
Ese bosque simboliza el camino de la vida: un trayecto que no siempre está despejado, donde abundan las tentaciones, los desvíos y las pruebas que nos obligan a decidir quiénes somos y hacia dónde vamos.
«Al internarnos en él, dejamos la comodidad del hogar y nos exponemos a experiencias que pueden marcarnos profundamente».
En ese sentido, el bosque también nos habla de lo interno: de esos rincones de nosotros mismos que no conocemos del todo y que pueden asustarnos. A veces el viaje de Caperucita no es solo por un espacio físico, sino por un terreno emocional y espiritual que exige atravesar sombras para poder crecer.
El leñador: la fuerza que rescata
Cuando todo parece perdido, aparece el leñador. Él simboliza la fuerza externa, pero también la interna, que nos ayuda a salir de las trampas en las que caemos. Su presencia nos recuerda que no siempre podemos solos, que a veces necesitamos del auxilio de otros o de esa parte de nosotros que despierta en situaciones límite y que nos salva.
«El leñador representa la capacidad de poner fin al engaño, de cortar con lo que amenaza, de restaurar el equilibrio».
Es el acto de valentía que irrumpe en medio del peligro para recordarnos que siempre existe la posibilidad de volver a empezar.
En un plano más profundo, el leñador puede ser visto como esa fuerza interior que aparece cuando nos atrevemos a reconocer la verdad y a tomar decisiones firmes. A veces vive fuera de nosotros, en forma de personas que nos tienden la mano. Otras veces habita dentro, como un instinto de supervivencia que nos empuja a salir adelante.
Juntos: el escenario y la salida
El bosque pone a prueba y el leñador rescata. Sin el bosque, no habría aprendizaje. Sin el leñador, no habría esperanza. Ambos elementos completan el viaje de Caperucita y, de alguna manera, reflejan la dinámica de la vida: la dificultad y la ayuda, la oscuridad y la luz, la prueba y la salida.
Cuando transitamos nuestros propios bosques —esos momentos de confusión, de dolor o de miedo— necesitamos recordar que siempre puede aparecer un leñador.
A veces llega en forma de alguien que nos acompaña. A veces lo descubrimos en nuestro propio interior. Lo importante es no olvidar que el bosque no es eterno: siempre hay una salida.
En última instancia, el cuento nos recuerda que atravesar los desafíos es parte de crecer, pero que nunca estamos totalmente indefensos. El bosque nos confronta con nuestras sombras, y el leñador nos devuelve a la vida.
Entre ambos, se teje el mensaje más profundo: la existencia puede ser dura y misteriosa, pero siempre hay fuerzas —internas y externas— dispuestas a rescatarnos.
Maddalena Armenise
@soylenapsico
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