Cómo construir el amor propio para vivir plenamente
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septiembre 16, 2024Imagínate finalmente lograr ir con tu mejor amigo a sus vacaciones soñadas: piensan pasar dos semanas en Italia, conocer los lugares más emblemáticos, comer las comidas más ricas, lanzar monedas en la Fontana de Trevi, en fin, disfrutar al máximo de un lugar tan hermoso e histórico.
Pero durante los primeros días te das cuenta que tu amigo es consumido por la ansiedad de querer conocer todo, de hacer todo, hasta volverse presa del miedo, de temer perderse las mejores cosas por hacer otras. Y se congela, su ansiedad no le permite disfrutar de las vacaciones, y al término del viaje entonces reafirma sus creencias limitantes del pasado, «las cosas nunca me salen bien, siempre me pasa lo mismo«, pero tú te das cuenta que el problema fue que tu amigo vivió en el futuro, creyendo poder hacer todo, y el pasado, presuponiendo que las cosas le irían mal, «como siempre». Y por perderse en ese péndulo entre futuro y pasado, no se permitió vivir el presente.
Este no es un ejemplo cualquiera. Yo estuve en esas vacaciones, viendo a mi amigo no poder disfrutar de nuestro viaje. Y te soy honesta: fue una experiencia terrible para ambos.
Y aunque caótico, este escenario ilustra perfectamente lo que muchos experimentamos en nuestras vidas diarias. Nos sumergimos en el vértigo de querer anticipar todo lo que va a suceder, creyendo que de esta manera tendremos control sobre los resultados. Al mismo tiempo, cargamos con el peso de experiencias pasadas que, para bien o para mal, nos condicionan a repetir patrones de comportamiento y pensamiento.
La mente, presa de la ansiedad por el futuro, intenta ir más rápido que la vida misma, proyectándonos hacia un momento incierto o arrastrándonos de nuevo al pasado. En ese proceso, lo que se nos escapa es el presente, el único momento donde realmente podemos experimentar la vida.
Vivir en el futuro, como le ocurrió a mi amigo durante esas vacaciones, puede parecer en un principio una forma de ser proactivos o ambiciosos. Queremos anticipar, planificar y hacer todo lo posible por evitar los errores o las decepciones. Sin embargo, esta mentalidad de estar siempre un paso adelante nos deja atrapados en la ansiedad. Nos preocupamos constantemente por lo que viene, por lo que podría salir mal o por lo que podríamos estar perdiéndonos. Esa urgencia de controlarlo todo genera un miedo constante a que no logremos hacer lo suficiente, ver lo suficiente, experimentar lo suficiente.
La paradoja es que, mientras nos sumergimos en la búsqueda de vivir al máximo, perdemos justamente la oportunidad de disfrutar el momento presente. Mi amigo estaba tan atrapado en la preocupación de querer abarcarlo todo que acabó paralizado por el miedo de perderse algo. Y al final del viaje, reafirmó su creencia de que las cosas nunca le salen bien, una creencia anclada en experiencias pasadas que lo llevaron a repetir los mismos patrones.
Este ciclo se repite en muchas áreas de nuestra vida: el miedo al futuro se alimenta de las heridas del pasado, y ambas fuerzas nos roban la capacidad de disfrutar lo que tenemos justo frente a nosotros.
Por otro lado, el pasado también ejerce una influencia poderosa sobre nosotros. Las experiencias previas, sobre todo las negativas, tienden a marcarnos profundamente. Nos dicen que ya sabemos cómo resultarán las cosas porque «ya lo vivimos». Este pensamiento rígido crea creencias limitantes que nos impiden probar cosas nuevas o ver las situaciones con ojos frescos. Nos volvemos prisioneros de nuestras memorias, proyectando esas experiencias en el presente, convencidos de que lo que sucedió antes definirá inevitablemente lo que sucederá ahora. Esto no solo limita nuestra capacidad para disfrutar, sino que también impide el cambio y el crecimiento personal.
Lo que a menudo olvidamos es que el presente es lo único que realmente tenemos. Es el único momento en el que podemos actuar, sentir, decidir. Cuando vivimos atrapados entre el pasado y el futuro, nos privamos de la verdadera experiencia de estar vivos. Y, sin embargo, es en el presente donde se desarrolla la plenitud, donde realmente podemos disfrutar de algo tan simple como unas vacaciones, sin importar cuán largas o cortas sean, o dónde estemos. Porque cuando aprendemos a estar presentes, encontramos la felicidad en los pequeños detalles: una conversación agradable, una comida deliciosa, un paseo sin prisas, un atardecer en la plaza.
La verdad es que, cuando somos capaces de estar presentes, encontramos una sensación de paz y de satisfacción que no depende de lo que está por venir o de lo que ya pasó. Nos liberamos del ciclo de la ansiedad y el miedo, y comenzamos a disfrutar realmente de lo que tenemos en este momento. Vivir el presente nos devuelve la capacidad de sentir gratitud por lo que somos y por lo que tenemos, sin estar siempre buscando más o deseando que las cosas sean diferentes.
Cuando estamos presentes, nuestras acciones nacen desde un lugar de autenticidad y alegría, no desde la ansiedad o el miedo. Esto nos permite vivir con más ligereza, soltar las expectativas y los juicios, y simplemente ser. Y al hacerlo, empezamos a crear momentos que realmente nos llenan de satisfacción, en lugar de estar atrapados en la constante búsqueda de algo más, de lo que vendrá después o de lo que creemos que deberíamos haber hecho antes.
Así que, al igual que en esas vacaciones soñadas, la clave para disfrutar la vida está en aprender a soltar el futuro y el pasado, y permitirnos estar aquí y ahora.
La plenitud no se encuentra en lo que viene después o en lo que ya pasó, sino en lo que elegimos vivir hoy.
Con amor,
Maddalena Armenise
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