
La danza del deseo y la pulsión: querer algo y hacer lo contrario
junio 9, 2025¿Alguna vez sentiste que no importa lo que hagas, nada va a cambiar?
¿Que tus esfuerzos no alcanzan, que tus palabras no se escuchan, que tus límites no sirven?
Cuando esto se repite muchas veces, sin respuesta, algo dentro de ti empieza a apagarse.
Y no es porque seas débil. Es una respuesta profundamente humana a experiencias sostenidas de dolor o impotencia.
Ese fenómeno se llama indefensión aprendida: una forma de rendición que no nace de la falta de voluntad, sino del agotamiento, del cansancio psíquico, del trauma acumulado de haber intentado muchas veces… y no haber sido escuchada, valorada, o respetada.
¿Qué es la indefensión aprendida?
Es un concepto psicológico que describe cómo, después de estar expuestas reiteradamente a situaciones de maltrato, abandono o fracaso en las que no pudimos hacer nada para cambiar la realidad, aprendemos —de forma inconsciente— que nuestras acciones no sirven.
Y así, aunque las condiciones cambien, dejamos de intentarlo.
El psicólogo y escritor estadounidense Martin Seligman lo observó por primera vez en un experimento con animales: después de recibir descargas eléctricas de las que no podían escapar, los perros simplemente dejaban de moverse, incluso cuando luego sí podían huir.
Ya no esperaban nada distinto. Ya no lo intentaban.
Esa misma lógica, devastadora y silenciosa, se replica en las personas.
Ejemplos cotidianos y sociales
1. Relaciones abusivas
Laura, una mujer de 34 años, ha estado durante más de una década en una relación marcada por la violencia psicológica y la manipulación.
Al principio intentó hablar, poner límites, incluso irse. Pero cada intento fue neutralizado por amenazas, gaslighting o promesas vacías de cambio. Con el tiempo, Laura dejó de intentarlo.
Cuando alguien le pregunta por qué no se va, responde: «Ya no tiene sentido. No va a cambiar. Yo no puedo sola».
Esa respuesta no es resignación. Es una señal clara de indefensión adquirida: Laura ya no ve salida, aunque existan recursos o personas dispuestas a ayudarla. Porque su historia le enseñó que nada de lo que haga funcionará. Y esa es una herida psíquica que no se cura con lógica ni consejos.
2. Pobreza estructural
En muchas regiones históricamente excluidas —como ciertas comunidades rurales en América Latina o poblaciones afrodescendientes en Estados Unidos— generaciones enteras han crecido en contextos de desigualdad, discriminación y falta de oportunidades reales.
El mensaje implícito que se transmite, generación tras generación, es: “No importa cuánto te esfuerces, no vas a salir de aquí».
Esa creencia, reforzada por experiencias concretas de exclusión, puede llevar a que muchas personas no confíen en los programas de ayuda, no accedan a educación o salud, o se resignen a trabajos precarios sin cuestionar su valor.
No es apatía. No es conformismo. Es indefensión adquirida: un modo de protegerse del dolor de esperar algo distinto, cuando lo distinto nunca llegó.
3. Historia colectiva
Después del Holocausto, algunos sobrevivientes de los campos de concentración mostraban patrones similares: pasividad, obediencia extrema, dificultad para tomar decisiones por sí mismos.
Durante años vivieron bajo un régimen donde la voluntad individual no tenía sentido. Y eso dejó marcas indelebles.
De forma colectiva, pueblos enteros que han vivido bajo dictaduras o regímenes totalitarios desarrollan formas de indefensión que se sienten en el cuerpo y en la cultura: desconfianza, miedo al cambio, parálisis frente a la posibilidad de organizarse o soñar con algo distinto.
«La historia no se borra fácilmente del cuerpo social. Pero puede ser narrada, entendida y transformada… cuando se le da espacio».
¿Cómo se empieza a sanar?
Salir de la indefensión aprendida no es un acto de voluntad. Es un proceso emocional que requiere paciencia, seguridad y acompañamiento.
El primer paso es reconocerla. Nombrar esa sensación de parálisis, de resignación, de «para qué, si nada cambia». Después, se trata de reconstruir —poco a poco— la creencia de que nuestras acciones sí tienen impacto.
En el espacio terapéutico, esto se trabaja generando experiencias pequeñas, pero reparadoras: decir que no, poner un límite, tomar una decisión, experimentar un logro. Y sobre todo, hacerlo sin ser juzgadas por el tiempo que nos tomó llegar hasta ahí.
El poder del vínculo terapéutico
«En terapia, lo imposible empieza a tener forma. No porque se ofrezcan soluciones mágicas, sino porque se crea un espacio seguro donde se valida el cansancio y el dolor y donde no se exige avanzar, pero sí se acompaña cada intento».
Porque a veces, lo primero que se necesita no es motivación, sino permiso: para haberse rendido, para estar cansada, para haberse sentido sola.
Desde allí —con compasión y sin presiones— se puede empezar a explorar otros caminos. Cada pequeño gesto de agencia desarma, ladrillo a ladrillo, el muro de la indefensión. Y cada vez que alguien se atreve a intentar algo diferente, por mínimo que sea, ya está reconstruyendo su poder interno.
¿Y si esta vez sí valiera la pena intentarlo?
No hay caminos rectos. No hay garantías. Pero hay algo cierto: el solo hecho de iniciar un proceso terapéutico ya es un acto de resistencia y de amor propio.
Es decirse: «Ya no quiero sobrevivir como aprendí. Quiero vivir como aún no sé.»
Y esa es, quizás, la forma más verdadera de esperanza: no la fantasía de que todo se resolverá, sino la decisión profunda de no abandonarnos antes de haber dado el paso que todavía no habíamos podido dar.
¿Empezamos a crear ese espacio seguro en terapia juntas?
Maddalena Armenise
@soylenapsico
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