
El inconsciente colectivo: la biblioteca compartida de la humanidad
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septiembre 22, 2025Migrar nunca es un acto neutro. Detrás de cada maleta, de cada despedida y de cada nuevo comienzo, se mueven fuerzas profundas que afectan a la psique de quienes se van, pero también de quienes se quedan.
«Migrar implica reconfigurar la identidad: lo que somos, lo que dejamos atrás y lo que aspiramos a construir».
El inconsciente colectivo de los migrantes guarda un eco común: la sensación de búsqueda y pérdida, de duelo y esperanza al mismo tiempo. Y en ese vaivén emocional se tejen tanto heridas como fortalezas.
El peso emocional de migrar
La migración puede vivirse como una promesa de libertad o como una condena forzada. En el primer caso, surge el entusiasmo, la ilusión de nuevas oportunidades y la expansión de horizontes. En el segundo, cuando se migra por necesidad —por hambre, guerra, persecución o crisis política—, el camino queda marcado por un trauma compartido: el desarraigo, la incertidumbre, el dolor de dejar la tierra, la familia, la lengua.
Ese trauma no es solo individual, es colectivo. Queda grabado en la memoria transgeneracional, como ocurrió con los europeos que huyeron durante la Segunda Guerra Mundial, cargando consigo historias de persecución, campos de refugiados y reconstrucción en tierras desconocidas.
Lo mismo atraviesa hoy a millones de venezolanos que dejaron su país por el colapso económico y político, o a quienes escapan de los conflictos en Medio Oriente, llevando consigo el recuerdo vivo de la guerra.
Inconsciente colectivo y memoria migrante
Carl Jung decía que el inconsciente colectivo está formado por símbolos y memorias compartidas por la humanidad. La migración añade un capítulo doloroso y resiliente a esa memoria común.
- El migrante europeo de la posguerra recordaba la hambruna, el exilio y la reconstrucción lenta de su vida en países que muchas veces los recibían con desconfianza.
- El migrante latinoamericano actual, como el venezolano, guarda en su inconsciente colectivo el recuerdo de la abundancia perdida, la fragmentación de familias y la nostalgia por una tierra que cambió demasiado rápido.
- Los refugiados árabes traen consigo imágenes de ciudades destruidas, guerras interminables y la necesidad de mantener viva su cultura en medio de un entorno ajeno.
Aunque las circunstancias cambien, hay un hilo invisible que los une: la lucha por conservar la dignidad y la identidad en medio del desarraigo.
Lo que la migración rompe… y lo que construye
Psicológicamente, la migración puede herir. Aparecen la ansiedad, la depresión, el sentimiento de no pertenencia, la culpa por los que se quedaron atrás, el miedo constante al rechazo.
«Se trata de heridas silenciosas que muchas veces no se verbalizan, pero que marcan la forma de vincularse y de sentirse en el mundo».
Pero también, en ese mismo proceso, puede surgir lo mejor del ser humano: la capacidad de resiliencia, la creatividad para adaptarse, el valor de reconstruir un hogar en lo desconocido.
El migrante aprende a crear puentes entre culturas, a resignificar el concepto de familia y comunidad, a encontrar fuerza en lugares donde antes solo veía vacío.
La migración no es solo un fenómeno social, es una experiencia profundamente psicológica. Y nos recuerda que, aunque cambiemos de tierra, lo que nos sostiene está dentro: nuestras raíces, nuestra identidad, la memoria de quienes vinieron antes y la capacidad de imaginar un futuro distinto.
La herida y la esperanza conviven en el corazón del migrante.
Y esa tensión es, a la vez, el desafío y la riqueza de quienes cargan en su inconsciente colectivo el mapa de una vida que nunca será igual, pero que puede renacer en nuevas formas.
Migrar no significa olvidar quién eres. Significa aprender a ser tú mismo en otra tierra.
Maddalena Armenise
@soylenapsico
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