Cómo romper el control del ego
agosto 19, 2024Cómo construir el amor propio para vivir plenamente
septiembre 2, 2024La naturaleza nos brinda una infinitud de ejemplos prácticos sobre la vida e incluso sobre nosotros mismos, siempre que miremos en los lugares correctos.
Hoy quiero tomar como ejemplo a las plantas, para hablarte sobre las heridas emocionales y la importancia de que las atendamos y sanemos.
Cuando una planta comienza a marchitarse, su apariencia es un claro indicio de que algo no está bien: quizás le falta agua, luz, o nutrientes. Esta señal nos hace tomar medidas, a prestarle atención y a ofrecerle lo que necesita para recuperarse, ya que no queremos que muera. De la misma manera, nuestras heridas emocionales también nos envían señales cuando necesitan atención. Ignorarlas o minimizarlas puede llevar a un deterioro de nuestra salud mental y emocional, con consecuencias gravísimas, mientras que atenderlas a tiempo nos permite recuperarnos, sanar y crecer.
Una planta no se marchita de la noche a la mañana. Es un proceso gradual, resultado de un déficit en su cuidado o en su entorno, al igual que nuestras heridas emocionales. Estas suelen acumularse con el tiempo, a veces por experiencias traumáticas, conflictos no resueltos, o situaciones estresantes. Al principio, los síntomas pueden ser sutiles: una sensación de malestar, un pensamiento recurrente, o una pequeña irritación. Sin embargo, si no atendemos estas señales, el malestar puede intensificarse, manifestándose en formas más visibles, como la ansiedad, la depresión, o la pérdida de interés en las actividades que solían brindarnos alegría.
El ver una planta marchitarse nos despierta un instinto natural de cuidado y protección. Sabemos que necesitamos actuar, entender la causa del problema y corregirlo. Cuando notamos que una herida emocional se activa, debemos reaccionar de la misma manera, con premura. Estas heridas, al igual que las plantas, no sanan por sí solas. Necesitan nuestra atención consciente, nuestra disposición a explorar lo que está sucediendo en nuestro interior y a brindarnos el cuidado necesario para sanar.
Es fácil pasar por alto nuestras heridas emocionales, especialmente porque vivimos en tiempos donde se valora “la fortaleza y la resistencia” por encima de la vulnerabilidad. Sin embargo, ignorar estas heridas no las hace desaparecer; más bien, las empuja a manifestarse de maneras más intensas y disruptivas. Al igual que una planta marchita no puede florecer hasta que se le proporcione el cuidado adecuado, nosotros tampoco podemos alcanzar nuestra plenitud mientras nuestras heridas no sean atendidas.
Como todo en la vida, atender una herida emocional no siempre es un proceso sencillo. Requiere valentía para enfrentar el dolor, el miedo, y la incomodidad que pueden surgir al confrontar nuestras emociones más profundas. Sin embargo, es un acto de autocuidado esencial, una manera de mostrarnos amor y compasión a nosotros mismos.
El primer paso para sanar es reconocer la herida. Esto puede ser tan simple como notar cuándo te sientes abrumado, irritable, o desconectado. Pregúntate: «¿Qué está activando esta herida? ¿Qué necesito en este momento para sentirme mejor?» Al igual que una planta necesita agua o luz, nosotros también necesitamos identificar lo que nos nutre emocionalmente. Puede ser tiempo a solas, una conversación con un amigo de confianza, o la práctica de una actividad que nos reconforte.
Ten en cuenta que sanar no es un proceso lineal. Habrá días en los que te sientas fuerte y capaz, y otros en los que la herida se sienta más intensa. Este vaivén es parte del proceso natural de sanación. Al igual que una planta puede tardar en recuperarse completamente después de haber estado marchita, nuestras heridas emocionales también pueden necesitar tiempo para sanar por completo. La paciencia y la persistencia son clave en este proceso.
El objetivo de atender nuestras heridas emocionales es permitirnos florecer en nuestra vida. Cuando cuidamos de nuestras heridas, nos damos la oportunidad de crecer, de aprender de nuestras experiencias, y de emerger más fuertes y resilientes. Al nutrirnos a nosotros mismos, no solo sanamos nuestras heridas, sino que también nos preparamos para enfrentar los desafíos futuros con mayor sabiduría y fortaleza.
Este proceso de autocuidado y sanación de nuestras heridas puede implicar practicar la auto-reflexión, darte permiso para sentir y expresar nuestras emociones sin juicio
Y en el camino para lograrlo no es necesario que estés solo. Como ya te dije no es un proceso lineal, y en muchos tramos podrías sentirte desorientado o sin saber cómo seguir avanzando.
Sin embargo, esto no es problema, porque en terapia podemos trabajar juntos tus heridas. Puedo brindarte las herramientas que necesitas para que las reconozcas y encontrar la mejor manera de sanarlas, mientras practicas la paciencia y el autocuidado.
Escuchar y atender tus heridas te brinda la oportunidad de vivir una vida más plena, consciente, y en armonía contigo mismo. ¡Permítete alcanzar tu máximo potencial!
Con cariño,
Maddalena Armenise
+39 350 035 1163