
¿Desde dónde estás eligiendo?
abril 14, 2025
Los mecanismos de defensa: guardianes del presente absoluto
mayo 5, 2025Estoy segura de que todos, en algún momento, nos hemos traicionado a nosotros mismos.
No porque queramos hacernos daño, ni porque no sepamos lo que sentimos. Sino porque, muchas veces, lo que sabemos en lo profundo se ve opacado por lo que creemos que deberíamos hacer.
Después llegan las frases que duelen:
- «Yo sabía que esto no iba a salir bien»,
- «Algo dentro de mí me decía que no lo hiciera»,
- «No me escuché»,
- «Me forcé a algo que no sentía de verdad.»
Y nos reprochamos con dureza. Nos miramos con decepción, como si haber tomado esa decisión “incorrecta” nos quitara valor o nos hiciera débiles.
Pero esa “autotraición”, como solemos llamarla desde la culpa, no siempre es un fracaso. A veces es simplemente parte del camino hacia una conciencia más clara.
«Porque la única manera de aprender a escucharte, muchas veces, es no haberte escuchado antes».
Cuando nos traicionamos a nosotros mismos, no lo hacemos desde el desprecio. Lo hacemos desde el miedo, desde la costumbre, desde las heridas. Lo hacemos porque hay voces internas que hablan más fuerte que la intuición: la voz del deber, del miedo al rechazo, del deseo de encajar, del «así tiene que ser».
Y esas voces también nos habitan. Vienen de nuestras experiencias tempranas, de los modelos que tuvimos, de las veces en que decir “no” no era una opción segura. Por eso a veces cedemos. Por eso a veces decimos que sí cuando en realidad queríamos irnos. Por eso postergamos lo que sentimos. Porque aprender a vivir con autenticidad no se da de un día para el otro.
¿Significa eso que está bien traicionarnos? No. Pero sí significa que podemos mirar esa experiencia sin juicio, como una parte valiosa del proceso.
«Porque cuando sentimos el dolor de no habernos escuchado, algo dentro de nosotros se despierta. Se vuelve más sensible, más claro y, sobre todo, más compasivo».
No es casual que después de un episodio así venga ese “yo sabía”. Esa frase no es solo una queja. Es una señal de que, en algún nivel, sí lo sabías. Solo que no pudiste (o no supiste) actuar desde ahí.
Y ese saber que llega después, aunque duela, puede transformarse en una brújula para el futuro.
Una que te ayude a reconocer mejor tu voz interna.
Una que te diga: “Esta vez, sí voy a escucharme”.
Una que te acerque, cada vez más, a ti.
Porque la vida no se trata de hacerlo todo perfecto, sino de aprender a volver a casa: a tu cuerpo, a tu intuición, a tu verdad.
No necesitas castigarte por no haberlo hecho antes. Lo que necesitas es sostenerte con amor y decirte: “Ahora entiendo por qué actué así. Y también entiendo que puedo elegir distinto a partir de hoy”.
Eso es madurar. Eso es crecer con suavidad.
Y si alguna vez sientes que volviste a fallarte… respira. Revísalo. Pero no te abandones por eso.
Quizás no es una traición. Quizás es otra oportunidad de reconectarte contigo misma.
En terapia podemos tratar ese sentimiento de “traición”, pero sobre todo podemos encontrar juntas las herramientas para que entiendas el trasfondo de tus decisiones y aprendas a escucharte más y mejor.
Hablemos,
Maddalena Armenise
@soylenapsico
+39 350 035 1163